Sin duda, Patagonia es un paraíso. Y ciertamente lo es para mí. Hemos venido aquí por una semana, que desgraciadamente ya está llegando a su fin. Por eso hoy hemos decidido pasar los últimos momentos en el Parque Nacional de los Glaciares para ver el Perito Moreno, un glaciar ciertamente impresionante.
- No puedo creer que esté viendo un glaciar de verdad y no una foto – le dije encantado a Rebecca. - Es increíble.
- Definitivamente valía la pena ir y luchar un poco y aguantar la compañía de Valentina, que era aún más molesta que de costumbre. A cada paso intentaba atacarte, ¿cuál es su problema? - preguntó la chica.
- Sólo puedo adivinar. Escucha, tengo la extraña sensación de que el hombre de la literatura se está comportando de forma extraña conmigo, puede que sea hipersensible, pero a veces lo sientes. Valentina, sorprendentemente, es perspicaz y también se dio cuenta de eso. Me dijo que soy yo la que se aprovecha de la situación y me amenazó que si no me alejara de su novio, ella dirá a todo el mundo que tengo un lío con el profesor. - expliqué con risa. - ¿Hagamos una foto aquí? - pregunté cambiando de tema.
Luego nos hicimos algunas fotos de grupo, haciendo mucho ruido en el proceso. Todo era tan natural, como si hubiera pasado años con esta gente, no sólo unos meses. Después de hacer las fotos, seguimos caminando, admirando la naturaleza que nos rodeaba. Decidimos volver, estábamos un poco cansados y aún nos quedaba camino por recorrer. Pasamos la noche en El Calafate, había unos 80 kilómetros de distancia entre estos dos lugares, por eso no queríamos perder el bus.
Nuestra excursión fue muy intensa, apenas dormimos, pero mereció la pena por las vistas que encontramos. Pasamos por la Reserva Punta Tombo. En uno de los picos de Carretera Austral, pensaba cómo sería si mi madre estuviera hoy a mi lado. Me alegré de poder tachar lugares de nuestra lista.
***
El último lugar fue la ciudad El Calafate, desde donde debíamos ir directamente al aeropuerto al día siguiente. Nos sentamos en uno de los restaurantes a tomar nuestra última comida juntos. A mi derecha estaba Valeria, que le estaba contando algo al hermano de Rebeca. Estuve hablando con Nicolás y sus amigos, que finalmente resultaron ser simpáticos y divertidos. Hablamos de temas totalmente diferentes, empezando con nuestras familias, la infancia y terminando en los estudios. Les hablé de mis asignaturas en la universidad, de lo que me gusta. De repente, en nuestra conversación se entrometió Valentina.
– Laura, ¿qué tal las clases de literatura? ¿Vos gustás? – me preguntó con cierta dulzura en su voz.
– Sí, son interesantes – le repliqué.
– ¿Algo más? ¿Qué tal, en tu opinión, es el profe? ¿Pensás que será difícil aprobar su asignatura? – seguía preguntando la chica.
– No tengo ni puta idea, pero dime tu. Te suspendió tres veces, eso es un logro, no? – agregué. Después de decir esto, sentí líquido en mi cara y en mi blusa. Este psicópata me había empapado del agua.
– Basta ya, Valentina – interrumpió Nicolás. –Déjala en paz.
No pensé ni por un minuto y le vertí el vino que tenía en la mano sobre su cabeza. Hubo un silencio instantáneo en todo el restaurante, me puse de pie y le murmuré
– Recuerdate con quien te has metido, te dije que soy un oponente duro.
Y diciendo esto, salí del restaurante.
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