– Vos poné hielo acá, se te pasará. Te golpeaste muy fuerte en la cabeza, tranquilo, no te mueves – alguien me dijo.
– ¿Qué pasó? – le pregunté – Lo último que recuerdo es cuando me dijiste que… No, no puede ser. ¿Es una broma verdad? ¡Eres loco! ¿Oyes lo que dices? – repetía como si fuera en mania.
– ¡Mira, escuchame! ¡Escucha! – tomó mi mano – Es verdad. Si no me crees, llama a tu abuela. Sé que estás confundida, pero no te miento. ¿Por qué iba a mentir? – añadió. Solo te pido que me escuches.
– ¿Abuela? ¿Qué tiene en común ella con eso? – No la utilices como excusa. No quiero hablar contigo y a lo mejor déjame en paz. – le grité y luego salió de su despacho.
Eso no puede ser, es una locura total. Él tiene que mentir, pero por otra parte —¿cómo sabe de la abuela? No, su historia tiene que ser un buen truco – murmuró a mi misma como mantra. Estaba llorando tanto que las lágrimas totalmente me cubrieron la vista, así que no me di cuenta de que me haya topado con alguien.
– Perdona – le dije con la voz muy débil.
– No pasa nada – ¿Oye, estás bien? – preguntó Nicolás.
– La verdad es que no, no mucho – y me puse a llorar.
– Vamos de aquí, venga. Te llevo a casa y después si aún querrías me cuentas lo que pasó, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. ¿Nicolas?
– ¿Que? – contestó pensativo
– Gracias. Y lo siento por haber sido una…
– Una zorra? – replicó sonriendo
– Sí, entre otros, pero tú tampoco no estuviste sin culpa. – añadí con una sonrisa. – Vamos, quiero irme de acá.
– ¿De acá? Que argentina eres, vale vámonos.
El viaje nos pasó en silencio total, pero fue un silencio agradable. La cabeza todavía palpitaba, aunque me calmé un poco.
– Pues… ¿qué ha pasado en la universidad? – preguntó mi compañero.
– A ver, ¿en pocas palabras? Acabo de descubrir que el profesor de literatura es mi padre. – le respondió.
– No me jodas, ¿me estás bromeando?
– Hombre, quisiera – le contestó. – O por lo menos eso me dijo él, pues en este caso no sé qué pensar. Me dijo que preguntara a mi abuela, que ella conoce la verdad. ¿Cómo se enteró de ella?
– ¿A qué estás esperando? La única persona que te puede confirmar lo que dijo Gómez, es tu abuela.
– ¿Y si no me dirá nada?
– Si no, encontráramos otra solución. – contestó.
– ¿Nosotros? – le pregunté sorprendida.
– Nosotros. – Y con esto bajó del carro.
¿Del carro? Quizá soy más argentina de lo que me hubiera pensado.
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